El anillo del horizonte

Fernando Huici


Hay, en el hermoso ciclo reciente de diez grabados al aguafuerte y carborundo que David de Almeida ha reunido bajo el lema, tan enigmático y evocador, de Sinais de tufão - o Señales de tifón, en esta otra lengua nuestra, desdoblada en el espejo peninsular - una estampa que se diferencia claramente del resto, tanto en el nombre como en su identidad visual. Es, entre todas, aquella que conserva, con énfasis más explícito, el rastro de una imagen, que emerge como un espectro de la marea orográfica del color, como en otras series precedentes del artista afloraban testimonios de la barbarie, ensoñaciones de ballenas o inmemoriales petroglifos. Emblema de círculos ensartados en torno a un eje, esta Bola preta que se desdibuja en la epidermis de un magma lechoso, tiene algo de diagrama de un giróscopo. Pero al tiempo, parece sugerir asimismo una esfera del mundo, desmaterializada hasta el esqueleto dinámico trazado por la danza en rotación de los meridianos, en evocación tal vez de aquella fuga en pos de la promesa de un tifón fabuloso, del esplendor de la catástrofe, tan bellamente narrada por el texto de Luís Sá Cunha asociado a este ciclo. Danza, en todo caso, de líneas que se comban en el espacio, no menos imaginarias a la postre que aquella otra ilusión que la mirada identifica como la curva del horizonte, límite perceptivo del cosmos y promesa, en idéntica medida, de un vértigo de inmensidad.

El 17 de Diciembre de 1915, abrió sus puertas en Petrogrado la legendaria Última exposición futurista 0,10. Reunía, en torno a la carismática ambición visionaria de Kasimir Malevich, a una guardia pretoriana que incluía a un buen puñado de los nombres —   Klyun, Popova, Puni, Rozanova, Tatlin... - que habrán de protagonizar la incendiaria aventura de la vanguardia soviética. Estrella nuclear todavia de aquel vertiginoso sistema planetario, aunque ya se gestara en esos dias la fisura que anunciaba un relevo generacional, Malevich presentó, en la amplia sala personal que le reservaba la muestra, muchas de las telas clave que culminan la invención suprematista y, entre estas, aquellas que, como el Cuadrado negro, encarnan el mito por excelencia de una última y más radical frontera en la simiente de lenguaje de la modernidad. Y escribiría además, para la ocasión, un texto manifiesto que contiene el siguiente pasaje revelador: “He roto el anillo del horizonte y he escapado del círculo de las cosas, el anillo del horizonte, en el que el artista y las formas están unidos a la naturaleza”.

En muchas de la sinais de tufão que componen el ciclo -   y tal como confiesa haberlo hecho, y sobre obras concretas, en los cuatro formatos mayores que completan su exposición madrileña -  David de Almeida parece volver la mirada hacia el paradigma auroral de Malevich. Y esa singladura que la mirada del artista emprende precisamente ahora, bien asentada ya su plena madurez, no busca a mi juicio exactamente, aI remontar el rumbo hacia las fuentes de la modernidad desmembrada, el espejismo de un puerto seguro donde escapar del fragor de la tormenta levantada por el desconcierto del arte finisecular. Busca, pienso, precisamente lo contrario, desviar el rostro de lo que no es, a la postre sino el incordio de una ventolera trivial para enfrentar eI enigma de otra tempestad, esta si verdadera y mayor.

De ahi, sin duda, la metáfora elocuente del tifón, de aquel tufão iniciático anhelado por la prosa de Sá Cunha. Esa catársis que abre la caja de los truenos y donde es la propia naturaleza desencadenada la que rompe el anillo del horizonte y escapa al círculo de las cosas, donde el cosmos se desenmascara como caos e insondable abismo de puro potencial. Algo que no es, como el sueño desvelado por Malevich, ni el final de los tiempos ni el punto donde, sin más, los caminos mueren. Era y es, por el contrario, lo que paradójicamente resultan ser los finisterres, la atalaya que vislumbra, com el precio de una mirada intensa, un océano sin límites.

In Catálogo Galeria Estiarte, Noviembre-Deciembre 1999

pt | en